viernes, 27 diciembre, 2024

Santa Bárbara doncella

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En un pequeño pueblo, por donde serpentean las acequias bordeadas de helechos, mentas y berros, ubicado al pie de las montañas, hay un rincón muy especial cuyo atractivo principal es una gran piedra inclinada o Casa de Piedra, como la llaman los lugareños. Este rincón era -hace muchos años- elegido por maestros y alumnos para sus paseos del estudiante. Un lugar tranquilo. Allí los chicos podían correr sobre las arenas del Río Hondo, trepar a la montaña y bajar con sus manos colmadas de flores del aire que inundaban el ambiente con su exquisito perfume. Ahí se respiraba la paz más absoluta.

Como a veinte metros de la Casa de Piedra había una humilde vivienda construida con material crudo, en ella vivía una familia compuesta por los esposos Quispe, Juan y Pascuala; sus hijos: Jesusa, de doce años, y José, de ocho, que concurrían a la escuela de la “plaza de arriba” y, vaya uno a saber por qué genes, la Jesusa era pelirroja y cantaba con voz de pájaro.

Todos trabajaban en labranzas de la tierra del padre. José pastoreaba las ovejas y las dos mujeres, en cuanto quehacer había en la casa: desde hilar la lana, hasta tejer y cardar los gruesos puyos confeccionados en su telar rústico tendido bajo el parrón de vides. Ellas molían el maíz o el trigo para el locro, limpiaban la casa que mantenían regada y barrida, ni siquiera una tierrita estaba suelta en el amplio patio sombreado por la parra y el nogal centenario.

La Jesusa era guapísima, antes de ir a la escuela llevaba su canastito de poleo para juntar los huevos que las gallinas ponían al pie de los cardones y jarillas. Era muy buena alumna. Todos los días, al pasar, entraba a la Casa de Piedra con José y los dos cantaban la canción preferida:

Borriquito, borriquito

llévame hasta Belén

que quiero ver a la Virgen,

al niño y a San José.

Burrito que vas ligero

no me dejés de a pie,

mirá que si apuro el tranco

seguro te alcanzaré.

Cantaba la Jesusa con su voz de pájaro y los cerros le devolvían el eco que tanto le gustaba.

Llegó el sábado, era noviembre de 1945 y no debían ir a la escuela pero sí lavar la ropa y ayudar más a sus padres. Ese día, como a las cuatro de la mañana, cantaron los gallos anunciando lluvia, según comentó la gente. El corazón de Juan, al oírlos, aceleró los latidos con angustia. Se levantó apurado, por temor a que el agua pudiera sorprenderlo con las parvas de comino sin tapar. Tomó unos mates “pilas” y se fue a buscar a sus amigos para que lo ayuden a “tierriar” las parvas.

Por el corazón de doña Pascuala también pasó una sombra que le entristeció el semblante. Emitió un suspiro hondo como para arrancar ese peso que se le había instalado en el pecho.

A las 6 despertó a sus hijos, quienes después de lavarse en el agua cristalina y fresca de la acequia, tomaron su mate cocido. José se calzó sus ushutas para ir a cuidar las ovejas y Jesusa tomó su canastito para juntar los huevos –¡Jesusa! –dijo la madre-. No te olvides de atarte la cabeza con el pañuelo negro, porque los gallos han anunciado tormenta.

–¡Ay, mamita!, ¿no ve que está rayando el sol?

–¡Ojalá, m’hija!, al cielo no le gustan los que le hacen burla con los pelos rojos. ¡Ah!, y no te olvides de repetir: “Santa Bárbara doncella, líbrame del rayo y de la centella”.

–¡Madre mía! ¡No sea tan miedosa!

Y se fue cantando y saltando. Cuando regresó, llenó la paila con agua para calentar el baño.

Había una sola nubecita en el cielo, que ni siquiera tapaba el sol. Pero el ambiente estaba quieto, pesado, sofocante. Los cabellos de Jesusa brillaban rojizos mientras acomodaba un grueso tronco sobre una piedra.

Trajo el hacha para sacarle unas astillas que encenderían el fuego. Jesusa revoleó el hacha y una culebra de fuego cayó sobre su cabeza desde esa pequeña nube.

Ahí quedó, calcinada por el rayo.

Y cuentan que desde entonces, apenas apunta el día, la Casa de Piedra se llena de una luz blanca y enseguidita nomás, desde el cerro del Shincal retumba el eco de la voz de la Jesusa.

Petrona Alaniz de Ruiz: nació en Londres, departamento Belén, el 15 de enero de 1937. Egresó como Maestra Normal Nacional de la Escuela Normal de Maestras Clara J. Armstrong y ejerció la docencia como maestra rural, primero en el norte de Belén y luego en su pueblo natal, donde también se desempeñó como profesora de Lengua y Literatura cuando se inauguró la escuela secundaria José Hernández.

Fue fundadora y editora de la revista “Sendero”, de la escuela secundaria.

Como escritora, es autora de poesía y también de relatos, la mayoría de los cuales permanecen inéditos.

En el género poesía publicó el libro titulado “Sin rastros del dolor” y numerosos trípticos y cartillas.

Recientemente fue galardonada como ciudadana ilustre por la Municipalidad y el Concejo Deliberante de la ciudad de Londres. Asimismo, recibió la distinción de Hacedora cultural por parte de la academia Argentina de Literatura Moderna – Filial Catamarca.

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