martes 3 de diciembre de 2024
Catamarca, ARGENTINA
martes 3 de diciembre 2024
15°
Humedad: 53%
Presión: 1014hPA
Viento: NE 4.45km/h
Miércoles.
Jueves.
Viernes.
- El Ancasti >
- Edición Impresa >
- Opinión >
Algo en que pensar mientras lavamos los platos
Por Rodrigo L. Ovejero
Hoy, tras una vida entera de correr de alero en alero, he tomado la decisión más terrible. He resuelto entrar de lleno en la vida adulta –un poco tarde, tal vez- y comprar por fin un paraguas. Pongo punto final de esta manera a cuatro décadas de elegir la vereda por la cual camino por el sentido de la lluvia, de ahora en adelante se terminaron los trucos y las carreras desesperadas, las próximas precipitaciones las enfrentaré desde la comodidad pequeñoburguesa de tener sobre mi cabeza uno de esos aparatos que por tantos años evité.
En rigor de verdad ya estaba usando alguno de vez en cuando, pero prestado, con la conciencia tranquila al saberlo temporal. Me resistía a adquirir uno, a tener uno que fuera mío, por algún extraño motivo he sido parte, durante todos estos años, de una porción de la humanidad que no usa paraguas, una resistencia inútil al avance tecnológico en el tema. Pero no estaba solo, éramos muchos los que hacíamos tiempo debajo de alguna cornisa, apenas protegidos por centímetros de un aguacero que podríamos haber superado mediante el sencillo expediente de tener un paraguas en la mano.
Es probable que algunos lectores no entiendan esta conducta barbárica y se pregunten cómo es posible que una porción de la humanidad se comporte de esta manera. Muchas veces he visto personas resguardadas de la lluvia por uno de estos artefactos observando atónitas como otras huyen pisando baldosas mojadas –actividad traicionera si las hay- en procura de un techo. Ensayaré una explicación.
Por supuesto, voy a culpar de esto al cine y la literatura, como es debido. Batman no usa paraguas, el Pingüino sí, esto es un dato sumamente desalentador pero cierto. Uno crece viendo a Rick Deckard perseguir replicantes bajo la lluvia en “Blade Runner”, a Noah y Allie besándose empapados en el final de “Diario de una pasión” –por cierto, eviten el libro- a Marty McFly recibir una carta de Doc Brown en el medio de un diluvio en “Volver al futuro”, y empieza a sospechar que ese artilugio nos separa no solo de las gotas de agua, sino también de emociones intensas que pueden cambiarnos la vida. Cómo ha de encontrar uno el verdadero amor si no tiene el coraje de arriesgarse a contraer una pequeña pulmonía en su búsqueda.
Transitamos estos caminos de pensamiento hasta que un día entendemos por fin la ventaja de usar paraguas. Para cuando esto ocurre, por lo general, uno ha cumplido los suficientes años como para advertir que la lluvia, en la mayoría de las narraciones, tiene un valor metafórico o estético, más que nada, y que la trama se desenvolvería exactamente del mismo modo, con idéntico final, si se tratara de un día despejado. Pero para entonces el daño ya está hecho, y hemos caminado cientos de veces debajo de la lluvia en la convicción de que este ejercicio nos facilitará, algún día, destinos afortunados.