jueves, 30 octubre, 2025

El silencio que precede al drama

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El reciente informe “Internaciones por riesgo suicida de niñas, niños y adolescentes”, con datos correspondientes a 2023, encendió una luz roja que la sociedad no puede ni debe ignorar. Elaborado con la participación de referentes de las áreas de Salud, Niñez, organismos internacionales y organizaciones de la sociedad civil especializadas, el estudio revela un panorama profundamente preocupante sobre la salud mental de ese grupo etario en la Argentina.

Según el análisis, en la Ciudad de Buenos Aires se registra más de una internación diaria de niñas, niños y adolescentes por riesgo suicida. Un dato estremecedor es que el 55% de esos casos corresponde a menores de 15 años.

Si bien los datos relevados corresponden específicamente a la Ciudad de Buenos Aires, la información parcial disponible permite inferir que la situación se replica, con mayor o menor intensidad, en el resto de las jurisdicciones del país. En Catamarca también se advierten episodios de intentos y suicidios consumados de menores de edad, además de un número creciente de casos de daños autoinfligidos que muchas veces quedan invisibilizados en el sistema de salud.

La salud mental de niños, niñas y adolescentes no puede seguir siendo una materia pendiente ni un tema relegado a los márgenes de las políticas públicas. La salud mental de niños, niñas y adolescentes no puede seguir siendo una materia pendiente ni un tema relegado a los márgenes de las políticas públicas.

La Organización Mundial de la Salud advierte que por cada suicidio consumado ocurren entre 10 y 20 intentos, lo que dimensiona dramáticamente la magnitud del problema.

El informe detalla que casi la mitad (48,3%) de las internaciones asociadas al riesgo suicida de niñas, niños y adolescentes corresponde a la franja de 13 a 15 años, mientras que el 43,6% involucra a jóvenes de 16 y 17 años. Pero el dato más alarmante es que un 6,6% corresponde a menores de 12 años, y en este grupo el estudio advierte que “las tentativas adoptan con mayor frecuencia métodos de alta letalidad”, lo que constituye una señal inequívoca de la necesidad de detección temprana e intervención urgente en los ámbitos educativos y comunitarios.

Es necesario asumir que la salud mental de niños, niñas y adolescentes no puede seguir siendo una materia pendiente ni un tema relegado a los márgenes de las políticas públicas. Además, resulta imprescindible que los grupos de referencia de los chicos -familiares, docentes, personal de salud pública, amigos- estén atentos a las señales: cambios bruscos de conducta, aislamiento, alteraciones del estado de ánimo, pérdida de interés o verbalizaciones de desesperanza. En esos momentos, la escucha y el acompañamiento empático pueden ser decisivos. Propiciar el diálogo, ofrecer ayuda y no minimizar los padecimientos son acciones simples pero vitales.

Porque lo peligroso no es solo el acto suicida en sí, sino también el silencio que lo precede. Lo peor es que quien sufre se sienta solo, incomprendido, sin un lugar donde su dolor sea reconocido. Frente a una realidad que duele, el compromiso de toda la sociedad debe ser evitar que el sufrimiento persista indefinidamente o, peor, se vuelva irreversible.

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