miércoles, 17 septiembre, 2025

La nueva arquitectura del aprendizaje

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En el marco de estos antecedentes, la Secretaría de Educación del Ministerio de Capital Humano, a los efectos de facilitar y asegurar la adecuada implementación de lo dispuesto en la RME N° 2598/23 de creación del Sistema Argentino de Crédito Académico Universitario, durante la gestión del entonces ministro Jaime Perczyk; convocó oportunamente a una comisión técnica con el objetivo promover la libertad educativa y pedagógica de instituciones, docentes y estudiantes, a través de la implementación de diseños curriculares flexibles, innovadores, que permitieran la articulación interinstitucional y la integración de saberes, capacidades y aprendizajes. Luego de un exhaustivo análisis y debate, se propuso mediante el Acuerdo Plenario N° 274 del Consejo Nacional de Universidades , realizar algunas modificaciones de la RME N° 2598/23, las que quedaron establecidas en una nueva RCH N° 556/25, recientemente aprobada.

Los créditos universitarios serán obligatorios para todas las carreras que soliciten reconocimiento oficial y validez nacional a partir del 1° de enero de 2027, con posibilidad de prórroga por hasta dos años. Las instituciones también podrán optar por incorporar el sistema a carreras ya vigentes, previa notificación a la Dirección Nacional de Gestión Universitaria. La Subsecretaría de Políticas Universitarias por su parte, será la autoridad de aplicación e interpretación de la normativa y acompañará el proceso de implementación de manera gradual junto al Consejo Nacional de Universidades.

El sistema de créditos de las universidades argentinas se asemeja al Sistema Europeo de Transferencia y Acumulación de Créditos (ECTS). Es una herramienta que permite calcular horas de formación del estudiante. Los CRE son una unidad de medida que representa el valor académico de una materia o curso dentro de un plan de estudios, cuantifican el tiempo de trabajo que se espera que un estudiante dedique a una asignatura, incluyendo las horas de clase, estudio, prácticas, trabajos y exámenes. Acumular un cierto número de créditos es indispensable para poder graduarse, convalida estudios entre diferentes universidades, tanto nacionales como internacionales mediante un sistema de movilidad y ayuda al estudiante a planificar su semestre o año, asegurando una distribución equitativa de su tiempo y esfuerzo.

La adopción del CRE implica una transformación en la cultura pedagógica, más que una simple mejora técnica. Permite adoptar nuevas formas de enseñanza y aprendizaje, con margen para la innovación docente y el protagonismo del estudiante.

Como toda herramienta es un medio, su utilidad o no, va a depender de la concepción del aprendizaje que tenga la institución educativa al momento de implementar los créditos, el modelo de los diseños curriculares sobre los que se aplicará el sistema de créditos y sobre cómo organizar la oferta formativa de la Universidad (Marquina, 2023).

Una Transformación pedagógica

La adopción del crédito universitario como un nuevo paradigma implica una transformación en la cultura pedagógica, más que una simple mejora técnica de medición académica.

El modelo pone el foco en el estudiante y rompe con la mirada tradicional, centrada en el docente. Invita a las instituciones educativas a analizar críticamente cómo están armados los programas de estudio; rediseñar no es solo agregar una materia nueva; es pensar para quién, para qué y cómo estamos formando y evaluando al estudiante; es moverse de lo rígido a lo modular, de lo teórico a lo práctico, de lo genérico a lo relevante. Es una oportunidad para ajustar, mejorar y alinear con lo que el mundo necesita (el entorno externo de la universidad).

La educación superior no puede seguir operando con fórmulas del pasado. El perfil del estudiante universitario está cambiando, cada año crece el número de estudiantes “no tradicionales”, trabajan tiempo completo, tienen responsabilidades familiares, viven lejos de los centros educativos, no pueden conectarse a clases a horas fijas, necesitan resultados en meses, no en años. Y no es que no quieran estudiar, es que el modelo universitario tradicional, no responde a su realidad. Sus prioridades y expectativas son diferentes: cuatrimestres que se inician dos veces al año, asistencia obligatoria al 80% de las clases, programas con decenas de materias de relleno, exámenes teóricos extensos que poco aportan al trabajo real. El nuevo estudiante demanda poder empezar cuando estén listos, certificaciones cortas con impacto inmediato en empleabilidad (microcredenciales), rutas de aprendizaje personalizadas según sus metas y horarios, avanzar a su propio ritmo, con micro-formatos que encajen en su día y con evaluaciones prácticas y aplicables al mundo laboral (Núñez Álvarez, 2025).

El modelo de currículum centrado en el estudiante no es una opción, debe ser una decisión estratégica y política de las instituciones universitarias. Su innovación debe desarrollarse en el marco de itinerarios personalizados alineados con intereses y metas; programas modulares aplicados según intereses y trayectorias académicas; certificaciones intermedias que impulsen al avance y motivación del estudiante; validación de habilidades específicas,reconocer los saberes previos, distribuidos (Coll, 2024) de distintos proveedores educativos (formales y no formales); flexibilidad de rutas de aprendizaje con entradas, salidas y pausas sin perder progreso e interdisciplinariedad de saberes para resolver problemas complejos (Núñez Álvarez, 2025); conectar con distintos formatos y niveles, aprender de por vida, sin volver siempre al punto de inicio.

Flexibilizar la oferta académica

El modelo posibilita trayectorias alternativas para los estudiantes. Estas concepciones sobre organizaciones flexibles de la oferta, la podemos pensar en ciclos intermedios que se comparten; experiencias que se acreditan dentro y fuera de la universidad, reconocimientos de trabajos de investigación o de curricularización de la extensión.

¿Esto tiene que ver con los créditos? No. Tiene que ver con una concepción de lo que uno considera la formación, que no es sólo un encuentro en un aula frente al docente. Y, para reconocer esa formación, allí nos sirven los créditos, para reconocer formalmente todo ese cúmulo de formación que el estudiante va cargando en su mochila a lo largo de su trayectoria. Se podría también pensar de esta forma a los “microcré- ditos” o “microcredenciales” que hoy ofrecen diversos proveedores. Podrían ser ofertas conjuntas de la universidad con entidades externas, en donde la Universidad verifica la calidad y reconoce, certificando. Esto hoy es lo que se discute en el mundo, atento al cambio de perfiles de los estudiantes (Marquina, 2023).

Si se quiere que la educación siga abriendo puertas reales, necesitamos pasar del discurso a la acción, mediante auditorías curriculares constantes por un lado; no se trata de revisar los programas cada 5 años (cuando ya están totalmente desfasados). Hay que hacerlo en cada ciclo académico, con datos actuales y expertos del mercado, esto permite ajustar contenidos, agregar nuevas competencias y asegurarse de que lo que se enseña sigue teniendo valor real.

Vincularnos con todas las organizaciones externas a la universidad, es otro de los grandes desafíos. No basta con invitar a alguien a dar una charla, hablamos de co-diseñar programas con empresas u otras organizaciones gubernamentales o no gubernamentales e incluir prácticas reales desde el inicio, ofrecer mentorías y proyectos colaborativos. Vincular desde la universidad no es solo hablar de tecnología: La verdadera transformación comienza cuando repensamos la gestión, el modelo pedagógico, el enfoque territorial y la forma en que medimos impacto. Esto conecta a los estudiantes con el mundo laboral desde el día uno y les da experiencia práctica que luego valoran los empleadores. No podemos crear planes de estudio y dejarlos en piedra. Hay que escuchar activamente el feedback de empleadores, egresados y estudiantes, identificar lo que no funciona y hacer ajustes rápidos y ágiles. La mejora continua no es un “extra”, es lo que asegura que la universidad siga siendo relevante y que sus egresados sean realmente empleables (Núñez Álvarez, 2025).

La oferta académica en debate

Por un lado hay investigadores que reconocen la visión tradicional de la oferta académica: carreras largas, planes rígidos, estructuras que han sostenido el saber por décadas, con aspectos que ya no aplican en el contexto actual; pero que poseen pilares valiosos: profundidad académica, formación integral y estándares de calidad que no podemos descartar tan fácilmente.

Del otro lado, el enfoque disruptivo: créditos académicos, microcredenciales, programas ágiles, contenidos prácticos y ultra flexibles que conecta al estudiante con lo que el mercado demanda hoy.

El error está en creer que hay que elegir entre una u otra oferta académica. El futuro no está en los extremos. El futuro está en el balance inteligente entre lo clásico y lo disruptivo. En saber qué conservar, qué transformar y cómo integrarlo con visión, porque sin rigor académico, la formación pierde profundidad, sin adaptabilidad, la oferta pierde pertinencia. Necesitamos universidades que desarrollen programas que combinen estructura con agilidad, desarrollen pensamiento crítico y habilidades prácticas, que no repitan lo de siempre, ni improvisen lo nuevo. Es una llamada a pensar con más estrategia y menos reacción. Las universidades que liderarán la próxima década no serán las más tradicionales ni las más radicalmente innovadoras. Serán las que tengan el coraje de integrar, lo mejor de ambos mundos (Núñez Álvarez, 2025).

(*) Esp. y Mgtr. en Gestión de la Educación Superior – Docente/Investigador universitario.

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