jueves, 28 agosto, 2025

Santo del Día, 28 de Agosto: San Agustín, el gigante de la fe cuyo corazón encontró descanso en Dios

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El 28 de agosto, la Iglesia celebra a una de las mentes más brillantes y a uno de los corazones más apasionados de toda su historia: San Agustín de Hipona, Obispo y Doctor de la Iglesia. Su vida es una odisea intelectual y espiritual, un viaje desde la inquietud del pecado y el error hasta el descanso en la Verdad y la Gracia de Dios.

«Tarde te Amé, Hermosura tan Antigua y tan Nueva»

Nacido en Tagaste, África del Norte, en 354, Agustín fue un joven de talento extraordinario. Su búsqueda de la verdad lo llevó a explorar diversas filosofías y a caer en la herejía del maniqueísmo. Su vida moral era desordenada, marcada por la ambición y las pasiones. Toda esta etapa de su vida, su lucha interior y su eventual conversión, está narrada de forma magistral en su obra cumbre, las **»Confesiones»**, que no es solo una autobiografía, sino una inmensa oración de alabanza a la misericordia de Dios.

Su conversión, fruto de las lágrimas de su madre Santa Mónica y de la predicación de San Ambrosio de Milán, culminó en el famoso episodio del jardín, donde, angustiado, escuchó una voz infantil que le decía «Tolle, lege» (Toma y lee). Abrió las cartas de San Pablo y sus ojos cayeron en un pasaje que lo transformó para siempre.

Obispo, Teólogo y Doctor de la Gracia

Tras su bautismo, regresó a África con la intención de vivir una vida monástica, pero fue ordenado sacerdote y luego obispo de la ciudad de Hipona. Durante 34 años, fue un pastor incansable, un predicador extraordinario y un escritor prolífico, defendiendo la fe contra numerosas herejías.

Su legado teológico es incalculable. Escribió obras monumentales como «La Ciudad de Dios» y «Sobre la Trinidad». Sus reflexiones sobre el pecado original, la gracia divina, la libertad y la predestinación marcaron todo el pensamiento cristiano posterior. Es conocido como el «Doctor de la Gracia» por su profunda enseñanza de que la salvación es un don gratuito de Dios, imposible de alcanzar por nuestras propias fuerzas.

Oración de San Agustín

Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas hermosuras que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían.

Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abracé en tu paz. Amén.


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«Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti». ¿En qué áreas de tu vida sentís esa «inquietud» agustiniana?

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