El 17 de agosto, la Iglesia celebra a uno de los más grandes misioneros de la Orden de Predicadores: San Jacinto de Polonia, conocido como el «Apóstol del Norte». Su vida fue una peregrinación incansable, llevando la luz del Evangelio a las vastas y frías tierras del norte y este de Europa.
Un Encuentro que Cambió su Vida
Jacinto nació en Silesia, Polonia, alrededor del año 1185, en una familia noble. Durante un viaje a Roma, él y su primo, el beato Ceslao, presenciaron un milagro obrado por Santo Domingo de Guzmán. Impresionados por la santidad y el carisma del fundador de los Dominicos, ambos decidieron unirse a su recién fundada Orden de Predicadores.
Tras recibir el hábito de manos del propio Santo Domingo, Jacinto fue enviado de vuelta a su tierra natal con una misión clara: establecer la orden en Polonia y evangelizar las regiones vecinas. Con un celo apostólico extraordinario, fundó conventos en Cracovia y en las principales ciudades polacas, y desde allí extendió su predicación a Prusia, Pomerania, Lituania, Escandinavia y hasta Kiev, en la actual Ucrania.
Amor a la Eucaristía y a la Virgen María
La iconografía de San Jacinto a menudo lo representa sosteniendo una custodia con el Santísimo Sacramento en una mano y una imagen de la Virgen María en la otra. Esto se debe a un famoso episodio ocurrido durante una invasión de los tártaros a un convento en Kiev.
Mientras los invasores saqueaban la ciudad, San Jacinto corrió a la capilla para salvar la Eucaristía del sagrario. Cuando ya se iba, escuchó una voz que provenía de una estatua de alabastro de la Virgen: «¿Hijo Jacinto, te llevas a mi Hijo y a mí me dejas aquí?». A pesar de que la estatua era muy pesada, Jacinto la tomó en sus brazos y, para su asombro, se volvió ligera como una pluma. Con el Santísimo y la imagen de la Virgen, cruzó milagrosamente el río Dniéper para ponerse a salvo junto con sus hermanos frailes. Este milagro refleja los dos grandes amores de su vida: Jesús en la Eucaristía y su Madre Santísima.
Oración a San Jacinto
Oh Dios, que hiciste de San Jacinto un apóstol incansable para llevar la luz de la fe a numerosos pueblos, concédenos, por su intercesión, el mismo ardor misionero.
Que, amando a Jesús en la Eucaristía y honrando a la Virgen María, como él nos enseñó, seamos capaces de llevar tu Palabra a nuestros ambientes con valentía y alegría. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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