Rodrigo L. Ovejero
Con la experiencia de mis años, que son más de los que me gusta pensar, creo que solamente he encontrado tres cosas infalibles en este mundo: la pizza, Wallace and Gromit y los estereotipos. Puede decirse cualquier cosa de estos últimos, excepto que no funcionen, y es por ello que cuando encuentro a un autor que, en aras de la originalidad, se aleja del estereotipo, el resultado es, por lo común, nefasto.
Esta breve reflexión que da inicio a la columna de esta semana viene a cuento porque estoy leyendo un libro de Martina Cole llamado The Take, en el cual un gangster llamado Freddie Jackson intenta ascender en el mundo criminal luego de haber pasado varios años en prisión. Por supuesto, para obtener este ascenso no aprende inglés ni manejo de Excel, sino que hace todas esas cosas que se supone que los facinerosos hacen cuando les llega el momento de preocuparse por la jubilación con la que contarán al momento de su retiro.
Pues bien, el libro transita por los carriles habituales de esta clase de historias, Freddie va cumpliendo a rajatabla con las actividades criminales que un hampón debe ejecutar con solvencia si quiere poner su nombre en lo más alto del hampa. Todo, además, lo hace con el nivel de violencia y amoralidad que se espera de él, y en general no tenemos sorpresas hasta que en un momento Freddie se sube a su auto y enciende su pasacasete –la historia ya tiene sus años- y empieza a sonar Phil Collins.
No me malinterpreten, no tengo más que palabras de elogio y agradecimiento hacia Collins, pero no es la clase de música que imagino que un gangster escucharía mientras conduce su automóvil y hace escalas para quebrantar la ley. No digo que sea imposible para un criminal de carrera escuchar a Phil, pero me resulta dificultoso aunar la idea de una persona ejecutando a sangre fría a otra para luego subir a su auto y relajarse escuchando Against all odds u otro de esos lentos de Collins que te dejan el corazón con agujeritos. Me resulta demasiado contraste, la unión de dos cosas que quizás por separado pueden ser geniales, pero no están pensadas para estar juntas. Como la pizza con ananá, por ejemplo (a la cual, valga la aclaración, no considero pizza, por lo cual la pizza sigue siendo infalible).
Ese momento del libro me resulta difícil de superar, como si fuera un lomo de burro literario. La verosimilitud de la historia se ve resentida porque Freddie no es la clase de persona que escucha a Phil Collins. Lo sé porque yo escucho a Phil Collins, y mis delitos son escasos y modestos. Además, por una cuestión generacional, conozco a mucha gente que lo escucha, y puedo afirmar sin temor a equivocarme que son incapaces de abrirle la cabeza con un bate a otra persona mientras de fondo se escucha esa canción que Collins hizo con Clapton, que es genial para rememorar desamores, pero sumamente desacertada para un ajuste de cuentas.