Juan José, que vino del norte chileno con conocimientos de minerales y sus procesos, aunque parezca una excentricidad en “las sierras” catamarcanas, se dedicó a ¡fabricar campanas! Con un rudimentario y artesanal método (cavaba un pozo donde las moldeaba), en una amplia y luminosa quincha que oficiaba de galpón-taller, junto a una pirgua y una gran fragua, fabricó varias campanas. El campanario de la capilla de Infanzón tiene una campana Ocaranza, fabricada en febrero de 1901; también había una en la escuela vieja, pero cuando se construyó la nueva, los viejos habitantes de Infanzón dicen llevarla a Anjuli, un pequeño pueblito rural del norte del dpto. La Paz -desapareció pues actualmente no está en la capilla ni en la escuela-. Existen indicios de que en varios lugares del oriente catamarcano había campanas fabricadas por Juan José.
Carmen Leovino, el más chico de sus hijos varones, siendo aun adolescente, en su intento de progresar y mejorar su calidad de vida, toma la decisión de transformarse en trabajador golondrina, por lo que, pasado el verano, a pie se marcha de su hogar con rumbo norte, cruza Los Corrales, Oyola, Iloga hasta Guayamba, donde toma una huella de herradura, pasa por el puesto de los Gómez, Alijilán, Los Altos y a campo traviesa llega a la zona de los ingenios azucareros del sur tucumano.
A la zafra de la caña se dijo.
Durante dos años no volvió a su pueblo, hasta que ocurrió un episodio grave. En esas épocas y en el tremendo trabajo de los ingenios, era común el autoritarismo, la explotación laboral y las injusticias de todo tipo; ocurrió un incendio y Carmen Leovino se quitó su camisa para apagarlo, esta acción solidaria fue reprimida por un capataz, agredido e insultado; trabados en lucha, el capataz cae y golpea su cabeza con un riel de la vía que cruza el tinglado. Carmen Leovino se asusta y escapa porque sabía las reglas del ambiente: al retobau se lo mata; recoge unas pocas cosas y se marcha a escondidas. Espera la noche y se sube a un tren en calidad de polizón.
El tren iba a Frías, Santiago del Estero.
A escondidas se baja y continúa su huida a pie hacia Infanzón, distante unos 50 km a campo traviesa. Aterrorizado por la historia de la leyenda de “El Familiar”, llega a la estancia familiar a escondidas para que nadie lo vea. Al poco tiempo empiezan a llegar partidas de milicos tucumanos a buscarlo, recorriendo toda la estancia sin encontrarlo.
Carmen Leovino estaba escondido en la espesura del monte.
Luego de varias oportunidades en que la policía fue a buscarlo sin éxito y pasados los años, se olvidó el asunto y archivó la causa.
Antes de ese episodio y mientras cortaba caña, observaba y analizaba el movimiento de los ingenios, se dio cuenta que una de las necesidades eran bueyes pues en el sur tucumano no había en cantidad ni en calidad suficiente. Decide volver al sur tucumano, a Tafí Viejo y Concepción, donde su hermano Luis había comprado una casa. Corta caña una temporada y en otra gran decisión de su vida decide cambiar de actividad: vuelve a Infanzón y con la paga por su trabajo en la zafra, compra bueyes en las sierras. Al año siguiente se transforma en arriero, con unos amigos arma un arreo de bueyes y marchan al sur tucumano. En poco tiempo vende todos los animales, tarea que repite al año siguiente, cuando se da cuenta que la demanda viró: ahora se necesitan mulas para tirar los carros.
Vuelve a su Infanzón natal y en la zona compra animales. Como buen hombre de campo sabe que burro cruzado con yegua da una mula buena, dócil y trabajadora; en cambio, caballo cruzado con burra da una mula mala -roma la dicen en el campo-. Arma otro arreo y los lleva a Tucumán. Vende todas las mulas, por lo que los años siguientes repite el negocio. Es así como se hace conocido en la zona de los ingenios.
En uno de esos arreos llevando mulas con el Tuco Rosales, entre La Cocha y Rumi Punco (puerta o ingreso de piedra, en quechua) fueron rodeados por bandoleros para robarle las mulas. En un descuido el Tuco le pega un rebencazo al jefe, cae del caballo, se traban en una feroz lucha y los bandidos huyen (creo que hubiera sido una buena inspiración para León Gieco en su obra Bandidos Rurales).
En Tafí Viejo, Carmen Leovino conoce a una niña tucumana con la que inicia un noviazgo; esta niña tenía una hermana, la que también conoce y se pone de novia con un joven del pueblo. Se genera una gran amistad entre los dos changos y en una de las charlas cuenta que era arriero; su interlocutor se interesa en su actividad, por lo que le pide que le cuente cada detalle de sus travesías.
El interlocutor era Héctor Roberto Chavero Aramburu (más conocido como Atahualpa Yupanqui).
Así nació esa maravillosa creación de don Ata: “El arriero va”.
Los dos hombres se hicieron muy amigos, a tal punto que Carmen Leovino iba a visitarlo cuando don Ata se instaló en la zona de Raco y Tafí Viejo.
En una oportunidad, don Ata con Carmen Leovino viajan en un viejo y destartalado jeep Willys hacia Jujuy llevando unas amigas que iban a trabajar en la zafra jujeña.
Todas estas historias son orales, no hay documentación al respecto, pero los testimonios de la época son contestes con los hechos.
Por esta razón, hay otra versión respecto a la inspiración para escribir esta mundialmente conocida zamba: dice que estando en la zona de Anta, Salta, se topó con un salteño que iba arreando unas vacas para una estancia, hablaron un rato y algunos dichos de ese hombre lo inspiraron.
Una perlita:
cuando en El arriero va dice
“Las penas son de nosotros / las vaquitas son ajenas”,
originariamente decía:
“Las penas son de nosotros / las vaquitas son de Anchorena”.
Hubo problemas con los Anchorena, una gran y poderosa familia de terratenientes en la provincia de Buenos Aires dedicados entre otras actividades, a la cría de ganado, en la zona donde nació y se crio don Ata.
El Arriero Va
En las arenas bailan los remolinos / el sol juega en el brillo del pedregal,
Y prendido a la magia de los caminos / el arriero va, el arriero va.
Es bandera de niebla su poncho al viento / lo saludan las flautas del pajonal
y animando la tropa por esos cerros / el arriero va, el arriero va.
Las penas y las vaquitas / se van par la misma senda,
las penas son de nosotros / las vaquitas son ajenas.
Un degüello de soles muestra la tarde / se han dormido las luces del pedregal
y animando la tropa, dale que dale / el arriero va, el arriero va.
Amalaya la noche traiga un recuerdo / que haga menos peso mi soledad,
como sombra en la sombra por esos cerros / el arriero va, el arriero va.
(*) Docente, escritor, guía y experto en turismo.