domingo, 14 de diciembre de 2025 18:00
La Noche de Mirtha Legrand tuvo uno de esos momentos que quedan grabados en la memoria televisiva. Araceli González, sentada en la mesa más temida del país, no pudo sostener la entereza y terminó quebrándose al hablar de su relación con Adrián Suar, su ex pareja. El clima se volvió espeso, íntimo y doloroso.
Venía siendo una semana cargada para la actriz, atravesada por versiones, tensiones y la intervención pública de Fabián Mazzei, su actual compañero de vida. Pero nadie imaginaba que, frente a Mirtha, Araceli iba a abrir una herida tan profunda. Con la voz tomada, disparó una frase que heló la mesa: “Con Adrián, te lo digo con mucha tristeza, no me llevo. No por una elección mía”.
La confesión continuó con un tono tan sincero como incómodo. “A veces no se puede. Yo sé que Adrián es un hombre muy poderoso en la televisión, rodeado de mucha gente, y que a veces no es lo mejor”, deslizó, dejando entrever un vínculo desigual, áspero . La palabra maltrato no apareció, pero flotó en el aire, al igual que la indirecta de que su pausa en los medios se debió a que el ex dueño de Polka no autorizaba su participación.
Intentando poner un límite, González aclaró: “No voy a hablar mal del papá de mi hijo”. Y agregó, aún emocionada: “Yo no fui la elegida. Es muy talentoso, cambió la historia de la televisión argentina”. El llanto volvió y la actriz pidió perdón, visiblemente desbordada.
Con el foco puesto en la maternidad, explicó por qué evita profundizar. “Quedo muy expuesta en algo que no tiene que ver conmigo. Trabajé mucho por soltar en mi vida. Es alguien que amé con toda mi alma… perdón, no quería llorar”, dijo, antes de remarcar: “El rol de las madres es proteger a nuestros hijos. Quiero que mi hijo esté feliz”.
Ya más serena, Araceli se permitió desarmar un viejo estigma que la persigue. “En algunos medios se dice que soy antipática. Y no se puede estar aclarando todo”, lanzó, cansada de los rótulos. “Mi vida es mucho más normal de lo que imaginan”, sostuvo.
Sobre el cierre, dejó una confesión inesperada, casi como un deseo a futuro: “Me gustaría conducir”. Pero la imagen que quedó fue otra: la de una mujer fuerte, exitosa, que por un rato bajó la guardia y mostró el costo emocional de una historia que, claramente, todavía duele.
