Hace algunas semanas, uno de los hombres más ricos de la Argentina, Paolo Rocca, presidente de Techint, pronunció un discurso en el marco de la 31° Conferencia Industrial organizada por la UIA en el que criticó el modelo económico libertario. El empresario, que se venía mostrando excesivamente complaciente con el gobierno de Javier Milei, ha empezado a desplegar críticas hacia el rumbo de la política productiva libertaria, particularmente la industrial, señalando como un error la ultraortodoxia liberal que desplaza casi totalmente al Estado de las decisiones económicas.
La posición de Rocca es clara: considera que el mundo ha cambiado en las últimas décadas a partir de la aparición de China en el escenario económico global, disputándole la supremacía a Estados Unidos, a partir de una planificación estatal estratégica. En la actualidad el rumbo económico de la inmensa mayoría de los países es dirigido con mano firme por los Estados, protegiendo a la producción local.
Según Rocca, el propio Estados Unidos, cuya administración es admirada por Milei, es “una administración que interviene y ha provocado una reacción en todo el mundo. Europa está reaccionando y tomando decisiones igualmente agresivas expropiando partes de sociedades, reorganizando la capacidad industrial en áreas que ven estratégicas. Lo mismo están haciendo Canadá y México. Estamos entrando en un nuevo ciclo de intervención intensiva en un mundo inestable”.
El mundo transita un ciclo de proteccionismo estratégico, planificación estatal y defensa activa del mercado interno. El mundo transita un ciclo de proteccionismo estratégico, planificación estatal y defensa activa del mercado interno.
Lo que el industrial intenta señalar es que la libertad de mercado fundamentalista que pregona y aplica el tándem Milei-Caputo va a contramano de una arrasadora tendencia mundial de intervención estatal. La implementación de ese modelo, que incluye, además del impulso a procesos desregulatorios, la apertura indiscriminada de las importaciones, está provocando el derrumbe de la industria nacional. El propio empresario lo mencionó con números contundentes en su discurso. Mencionó que el año pasado se importaban 5.000 lavarropas por mes y este año el número creció a 85.000, mientras en heladeras se pasó de 10.000 a 80.000. Paralelamente, como lógica consecuencia, se multiplica el cierre de empresas industriales en el país.
La peor parte de la crisis la padecen las pequeñas y medianas empresas. Según un relevamiento presentado por la Asociación de Empresarios y Empresarias Nacionales para el Desarrollo Argentino (ENAC), empresarios de ese sector consideran que más del 10% de las empresas podrían cerrar en los próximos meses si no hay un cambio en el rumbo de la política económica, esto es, si no se revierte el proceso de afectación del mercado interno por la caída de los salarios y la invasión de productos importados.
Si la Argentina pretende preservar su tejido productivo y evitar un desmantelamiento aún más profundo de su industria, resulta imprescindible introducir correcciones de fondo en el modelo económico. Sería un reconocimiento de que el mundo transita un ciclo de proteccionismo estratégico, planificación estatal y defensa activa del mercado interno. Adaptarse a esta tendencia no es una opción ideológica, sino una condición de supervivencia para potenciar la producción nacional, sostener el empleo y garantizar que la economía real vuelva a ser el motor del desarrollo.
