El 25 de septiembre la Iglesia conmemora a San Cleofás, una figura del Nuevo Testamento mencionada en el Evangelio de Lucas (24, 13-35). Es uno de los dos discípulos a quienes Jesús resucitado se aparece en el camino a Emaús, en uno de los relatos más conmovedores de la Resurrección.
Junto a otro discípulo (no nombrado, pero tradicionalmente identificado como su compañero), Cleofás se dirigía a Emaús, desanimado y entristecido por la crucifixión de Jesús. Mientras conversaban, Jesús se les unió, aunque ellos no lo reconocieron. Jesús les explicó las Escrituras, desde Moisés hasta los Profetas, mostrando cómo todo anunciaba su Pasión y Resurrección.
Al llegar a Emaús, le rogaron que se quedara con ellos. Y fue al partir el pan que sus ojos se abrieron y lo reconocieron. Inmediatamente, Jesús desapareció. Llenos de gozo y con el corazón ardiente, regresaron a Jerusalén para contarles a los Apóstoles lo que había sucedido.
San Cleofás es un modelo de cómo la fe puede ser reavivada por la Palabra y la Eucaristía. Es un recordatorio de que Jesús camina con nosotros en nuestros momentos de duda y tristeza, y que se revela en la fracción del pan. La tradición lo identifica como el hermano de San José y padre de Santiago el Menor. Su conmemoración nos invita a reconocer a Cristo presente en nuestra vida cotidiana.