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Por Javier Vicente
En Perú aprendí muchas cosas. Una guía de Arequipa me comentó que las tan bonitas alpacas bebés, que sus dueñas exhiben en las calles para ofrecerlas como motivo de fotos a cambio de unas monedas, mueren prematuramente debido a que sus patitas exigen para asentarse un suelo blando, vegetal, según su genética; el tránsito repetido por calles de piedra, asfalto o cemento les va quitando vida y mueren jóvenes.
Otra guía en Islas Ballestas nos decía que los piqueros, pequeñas aves con plumaje blanco, se arrojan con toda rapidez y violencia al mar cuando visualizan al pez que será su víctima, impactando frontalmente de manera espectacular. Esa práctica repetida cada día varias veces los va dejando ciegos por los impactos, lo que los desorienta y finalmente los mata.
Los cóndores, como los pingüinos, son monógamos. Eligen una pareja para toda la vida. Cuando uno de ellos muere, el otro asciende a lo más alto, pliega sus alas y se arroja al vacío. Me lo contó la guía Magalí en Cañón del Collqa.
Neo, el guía del lago Titicaca, escenificó junto a otro amigo lo que sucedía cuando dos incas se encontraban. Cada uno con su chuspa (pequeña bolsa o mochilita) con la infaltable coca, se saludaban y se intercambiaban la coca; uno le daba al otro un poco de lo que traía en su chuspa, y el otro hacía lo mismo. Una costumbre que enseñaba no a pelear, a competir, sino a compartir.