viernes, 1 de agosto de 2025 02:34
Apenas culminada la última edición de la Fiesta Nacional e Internacional del Poncho, surgieron algunas voces claramente despectivas, llegando incluso a tildar el encuentro de “orgía de despilfarro” y “pan y circo”, lo cual trasciende lo que quizás intenta ser un mensaje político-partidario, y termina por lesionar el sentimiento y el orgullo de la inmensa mayoría de los catamarqueños. Están claros los roles en el juego de oficialismo y oposición, y las voces disidentes incluso son bienvenidas. Nadie que asuma la función pública puede alarmarse por objeciones, quejas, reclamos o críticas, que son parte de la convivencia cuando se ejerce el poder. Pero hay límites que conviene no pasar, porque no aluden a una fuerza en particular sino al conjunto de la sociedad. Sostener que el Poncho se aprovecha políticamente es pueril y además inexacto, porque jamás las autoridades han prohibido o restringido la presencia de opositores en la fiesta. Dirigentes de todos los colores pasearon tradicionalmente por el Poncho, y candidatos nacionales de todas las fuerzas desembarcaron allí sin problemas cuando coincide con una campaña.
Para cuestionar el gasto público, no parece ser la mejor oportunidad. Como pocas veces ocurrió, el Gobierno detalló desde el presupuesto disponible originalmente hasta lo que se gastó, mencionado los ingresos precisos por todos los ítems, y con un balance positivo. Es también sesgado detenerse en la cifra fría de la inversión oficial sin reconocer el enorme motor multiplicador que la fiesta representa para la economía local, y la oportunidad que brinda a miles y miles de personas de generarse ingresos. No se cuestiona entonces el ataque, sino la fragilidad de su argumento y la parcialidad malintencionada de la mirada.
Pero por encima de la pirotecnia coyuntural, lo que debe valorarse es el Poncho como emblema catamarqueño. Por su riqueza cultural, artística, artesanal, gastronómica, por su poder insuperable de convocatoria. Que una fiesta en Catamarca capaz de reunir casi un millón y medio de personas sea menospreciada por catamarqueños es un sinsentido. Todos deberían pensar de qué manera puede mejorarse aun más, en lugar de defenestrarla. Se trata de establecer políticas de Estado en beneficio de todos: no todo puede ser motivo de discusión estúpida, ni es señal de inteligencia transitar la vida con la postura de adolescente rebelde para llamar la atención. Si el Poncho perdura hace más de medio siglo y los catamarqueños lo aman, lo que hay que hacer es consolidar, contribuir, fortalecer. Con peronistas, radicales, libertarios o comunistas en el poder, da igual. El Poncho es Catamarca, no pertenece a ningún partido. Parece que algunos no se dan cuenta. Y así, en lugar de proyectarlo con más fuerza al país y al mundo, nos disparamos en nuestros propios pies.
El Esquiú.com