martes, 29 julio, 2025

Don Antonio Alancay. Un patriota en Las Quinuas

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Es preciso ubicarnos: Puna catamarcana, Antofagasta de la Sierra, Antofalla. Desde la Villa sale un sinuoso camino hacia el poniente que luego se divide en dos: al Norte, Calalaste o Los Colorados y al Sur, la Quebrada del Diablo. Todo es pura magia. Se baja y cruza el salar para topamos con el gran oasis de Antofalla, doblando al sur arranca una angosta, fina y polvorienta huella que pasa al lado de los Ojos de Mar y luego cerca de la entrada al reino de Simón Morales: Botijuela, con su jacuzzi de agua termal a cielo abierto a 3.500 m snm con vista al salar y la cordillera.

Siguiendo hacia el S, al final del largo salar, en medio de la nada, del desierto, la sal y las montañas, se encuentra un oasis increíble: el pequeño pueblito puneño con vertiente y vega propias, llamado Las Quinuas. Está en la costa oeste, a unos 50 km en línea recta de Chile y a unos 3.400 m snm.

Antes había gente, comentan en la villa de Antofagasta. Y efectivamente es así, es el pueblo de los Alancay y era tan importante que hasta tiene iglesia y escuela. De a poco y lentamente, las malas políticas estatales, la insensibilidad y la poca visión de nuestros gobernantes hicieron que Las Quinuas se fuera despoblando. Sin incentivos, sin apoyos, sin perspectiva ni futuro, las familias empezaron a migrar a poblados y ciudades más grandes.

“Los malos gobiernos, m´hijo…” me decía don Antonio hace unos años bajo la sombra de frondosos árboles que bordean la única calle de tierra. Nadie -delegado municipal, intendente, senador, ministros ni gobernador- advirtió que el pueblo día a día se estaba vaciando, hasta que un día la última familia con hijos cargó sus cositas en una camioneta y tuvo que migrar… la escuela se quedó sin alumnos.

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Dos habitantes

Al final quedaron dos habitantes: don Antonio y su esposa. Solo dos habitantes en el pueblo, pero la iglesia seguía impecable y la escuela vacía. Todos los días don Antonio cuida sus potreros verdes, florecientes y olorosos. Al costado, al pie de los gigantescos paredones colorados, árboles frutales atraen pájaros que juegan en el pequeño arroyo que nace en una vertiente y alimenta una vega.

Los Alancay, Santos, Antonio y Silverio eran muy cercanos a mi corazón y me inspiraron pequeñas grandes cosas. Cuando me enteré de las historias de sus vidas -puro realismo mágico-, relatados por emblemáticos personajes de la puna, se me volaron los pájaros y me puse a escribir.

En 2013 publiqué un libro, una novela llamada “Una Copla en la Puna” donde cuento la historia de ellos y por esas cosas de los seres humanos que nunca entenderé, no me dejaron utilizar sus nombres y apellido. Ante esa situación concluí la historia cambiando los nombres de los protagonistas.

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Siempre que ando en la puna, voy a visitar a don Antonio. Hoy, un mensaje enviado desde la puna me dice: murió don Antonio Alancay. Solo era un importante integrante del Consejo de Ancianos de Antofalla. Un verdadero patriota, que abandonando las comodidades de los pueblos grandes, se quedó en “su tierrita”, donde plantó su bandera y armó la resistencia. Con casi un siglo de vida, en silencio, como fue su vida, perdimos una verdadera leyenda viviente de nuestra puna y cordillera. Siempre vivió en Las Quinuas y Las Quinuas murió. El pequeño cementerio tiene una nueva cruz.

NEGRO AROCA

Artivista

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