martes, 24 junio, 2025

Acerca de «Suri patitas largas», de María del Rosario Andrada

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Desde el título, el sintagma “Suri patitas largas”, poemario de María del Rosario Andrada, desliza y avisa la temática del libro. Suri, ese animal, esa ave de largas extremidades, representa en la cultura indígena la Tierra, la generosidad y la providencia. Es representativo de nuestra cultura y respetado por nuestros antepasados aborígenes que lo consideraban un tótem, es decir, un objeto de la naturaleza que actúa como símbolo o emblema colectivo al que se otorga un valor protector o se considera como antepasado. Rosario Andrada ha echado a andar a este suri como quien ve transcurrir su infancia y en él ha conjurado amor y paisaje. Lo ha situado en el Ambato y desde allí lo ha repartido entre lo geográfico del norte y lo íntimo, personal, que se expande a esa zona de otros días cuando la poeta era niña. Hay también en el título un diminutivo, “patitas”, que nos pone en goce de ternura, que nos anticipa el tono del poemario. Las “patitas” de suri cuando se cruzan semejan la “cruz del sur”, esa constelación que solo puede verse en esta parte del mundo, de la que hablaron los navegantes que llegaron a América, o el Dante en “La Divina Comedia”. Desde el título Andrada elige una a una las palabras y las carga de significado.

Hay en los poemas de este libro un humor suave, lleno de ternura y de nostalgia que a veces se manifiesta en el esporádico pero siempre arriesgado uso del diminutivo que hábilmente situado imprime el toque de frescura e ingenuidad al aire mágico del libro. En una metáfora sutil y evanescente dice: “la cadencia del viento mueve las hojas/ de mis brazos/ he perdido mi cuerpo/una rama con palitos se mueve/ son mis dedos/ es otoño”.

La memoria va trazando con lápiz de grafito, con suave voladura su museo interior. El viaje a través de la historia, del tiempo, de los espacios, de los objetos que, a su vez, mudan y se transforman. Viaje, claro está, a lo largo y por dentro de sí misma. Este bello poema da testimonio: “Desde este lugar/ acaricio las entrañas más azules/ busco los orígenes/ el universo cae/ sobre la montaña ávida de sueños/ es preciso/ desmontar/ para recorrer a pie los recuerdos/ mi padre tomándome la mano/ para entregarme/ cada letra del alfabeto”.

La vuelta hacia el “yo”, hacia la reflexión sobre la propia existencia, la recuperación del tiempo y la memoria y el interés por lo cotidiano y próximo, la visión que se extiende a una región donde cantan los pájaros en la soledad del monte, va signando este libro de Rosario Andrada. Dice: “Los zorzales se entremezclan/ en el furor de la batalla/ trepo lomadas/ soy brisa incesante…”.

Símbolos míticos

El suri es un símbolo mítico del norte, donde transita una memoria legendaria. El norte, donde se avista la Cruz del Sur que semejan las patitas de esa ave. Allí donde el tiempo va velando el paisaje y aventando la nostalgia. Veamos: “Norte/ el de mis dunas rosadas/ norte/ el viento haciéndonos trizas/ lluvia de arena/ cálido paisaje/ donde la memoria se ha ido/ mi norte/ un río largo/ que nunca llega a la orilla”.

He aquí el río, una metáfora del río heraclitano que se convierte en tiempo, que se va y no vuelve, porque solo nos queda lo que el andar de los años nos dejara. A través de este símbolo acuoso María del Rosario Andrada ve la desaparición de historias ancestrales que quedaron olvidadas, refugiadas en el abrazo de la naturaleza. Ella corre a recuperarlas en las palabras hilvanadas al poema. Intenta volver a la pureza perdida que al decir de Saint Johan Perse, solo se puede restituir por “la magia de la palabra transfiguradora”. En “Suri patitas largas” a medida que el tiempo va pasando, el agua clara del principio se irá contaminando y desembocando en el dolor. Dice la autora: “Una rana se pone a prueba/ en el río escasísimo de agua”.

Este libro está poblado de pájaros. Desde el comienzo “bostezan las lechuzas”, se escucha “el parloteo de loros”, aparece “un gorrión ávido de migas”, “los zorzales se entremezclan/ en el furor de la batalla”, están “los tordos ensimismados sobre el álamo”, “los cóndores”, “los colibríes que bailaban” y más. Pájaros, aves, alas, tres símbolos relacionados y que se unen en el símbolo del pájaro. Este, como todo ser alado, es símbolo de espiritualización. La tradición hindú dice que los pájaros representan los estados superiores del ser. Representan también el alma y María del Rosario se va identificando con ese simbolismo, unido al vínculo del agua con la tierra.

El cóndor vive a plena luz del sol y la poeta encuentra aquí la fuerza de su calor vital en el origen, en el día. Asciende con sus ojos y derrama la altura en el alma de un pájaro. Dice: “Un par de cóndores se amuchan/ bajo el destemplado sol/ de septiembre”.

Otros animales transitan también por este poemario: ampalagua, caballos, alimañas, puma, sapo, rana, umucuti. Está toda la fuerza en actividad, todo el recuerdo condensado y elevado a la categoría de mito. Porque si bien Rosario en este libro no aborda la temática cosmogónica, no ha dejado de lado la materia mítica que imprime desde el título. Ya dijimos que el suri va unido con sus patitas a la Cruz del Sur, pero hay otros elementos como el sapo que en lengua quichua se nombra “ampatu”. Rosario cuenta: “cruzó fronteras/ los días se sucedieron/ y el agua escaseaba/ su piel se fue secando/ los huesitos formaron cordones montañosos/ ahí quedó Ampatu/ Ambato/ sapo”.

Aparece el “umucuti”, que en lengua quichua significa “lagarto”. En algunos lugares de Catamarca se cree que cuando el umucuti muerde solo suelta su presa cuando está por tronar o llover y si alguien lo matara en esas circunstancias, afirman los supersticiosos que al hacerlo perdería el juicio.

Asoman otros mitos, cada pájaro, cada piedra, guarda en sí su propia leyenda y como perdidos en el tiempo divisamos personajes silenciosos que cargan de humanidad las palabras de la autora. Están don Aurelio, Manuel, una viejita, el padre, la madre. Ella.

Los poemas de este libro se disponen normalmente, sus estructuras son muy parecidas a las de sus libros anteriores. Los contenidos son los que resultan diferentes.

Si tuviera que caracterizar en una línea la poesía de este poemario de María del Rosario Andrada, diría: escribió en el agua y habló en el viento.

Hallamos en “Suri patitas largas” los ecos de una temática romántica hondamente enriquecida por el simbolismo; una poeta arrojada desde su paraíso al mundo y desde entonces enfrentada a una dramática escisión entre cuerpo y alma, al conflicto dialéctico entre el yo y el mundo. La autora ha conocido y lo expresa en este libro, su remedo de paraíso: la infancia, y se aferra al paraíso para no perder su esencia. Es como si hubiera tomado un puñado de sol y lo hubiera derramado sobre tenues desamparos para que todo lo que pasó regrese.

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