miércoles, 11 de junio de 2025 02:35
Para sorpresa de nadie, la Corte de Suprema de Justicia ratificó la condena a Cristina Fernández de Kirchner, un hecho más político que judicial que viene a cumplir el sueño dorado de un sector de la sociedad, pero a la vez sienta un mojón más que inquietante para el país. El trámite se aceleró y ejecutó, previsiblemente, cuando Cristina anunció su candidatura para las próximas elecciones, y los magistrados del máximo órgano judicial fueron apurados desde medios hegemónicos para que la sacaran de la cancha. Aunque la Corte no tiene plazos para decidir, desde el sector de la prensa más poderoso pusieron día y hora para el esperado fallo, que los cortesanos cumplieron al pie de la letra. Javier Milei festejó desde el exterior vía redes sociales, y el voraz odio instalado en parte de la sociedad se vio satisfecho con la noticia que soñaban desde hace tiempo. De la vereda de enfrente, un peronismo que a estas horas es la única fuerza opositora a Casa Rosada (al menos en su núcleo central), se movilizaba y denunciaba la connivencia entre oficialismo, justicia y poder económico, con multitudes en las calles que gritaban su desencanto e impotencia. El peronismo subraya la parcialidad de todo el proceso, digitado desde fuera de los ámbitos tribunalicios, y denuncia el avasallamiento a los valores democráticos más elementales. Pero incluso en su reclamo, dirigencia y militancia sabían de antemano que la suerte estaba echada, y sólo les queda buscar la épica, vinculando este suceso con muchos otros de la historia que refieren actos persecutorios, exilios, encarcelamientos, desapariciones y asesinatos que ninguna otra fuerza sufrió más que el justicialismo.
Nada para celebrar
Objetivamente no hay nada para celebrar. Nada positivo o saludable puede hallarse en este episodio para la política, para la justicia, para el país. La furia enfermiza del discurso antikirchnerista no alcanza para disimular la gravedad institucional de lo que acaba de ocurrir. Porque alguien que ejerció la máxima autoridad del país, termina siendo enviado a la cárcel por supuestas irregularidades en la ejecución de obras públicas presupuestadas y aprobadas por el Congreso de la Nación. Es decir, cuestiones nimias para un jefe de Estado, que no tiene posibilidad real ni material de responder por cada una de las miles de obras que se realizan en el inmenso territorio argentino. Quizás sí podría hacerlo Milei, puesto que paralizó toda la obra pública, pero si el criterio aplicado con Cristina se toma como jurisprudencia, entonces no alcanzarían las cárceles para encerrar a funcionarios de todas las épocas y colores políticos. Un intendente podría ir preso por un cordón cuneta donde se denuncia una sobrefacturación de tres bolsas de cemento. Gobernadores, presidentes, todos podrían caer ante cualquier capricho sólo respondiendo a las leyes de Newton si el poder judicial así lo deseara. A propósito, no deja de ser llamativo que todas las cruzadas anticorrupción en este país se dirijan a un único sector partidario. Lo cual permite pensar que en realidad no son cruzadas contra la corrupción, sino manipulaciones de un sistema muy selectivo que sirve para resolver en terrenos judiciales aquello que no pueden resolver en el ámbito político. El problema es que si la democracia va a funcionar así, deja de ser democracia. Por eso, con la condena y proscripción de Cristina, se acaba de romper un código, un código de convivencia, de lealtad, de sentido democrático. Y mucho de aquello que se celebró en 1983 con la recuperación de este sistema, parece desmoronarse.
Lo que vendrá
Será necesario que transcurra el tiempo para ver qué efecto tiene esta condena en el escenario nacional. La política no es una ciencia exacta ni responde a la lógica de las matemáticas. Esta virtual ejecución de Cristina, soñada por un Milei que confesó públicamente su anhelo de “ponerle el último clavo al féretro del kirchnerismo con Crsitina adentro”, puede no tener los efectos deseados por sus promotores. Martirizar a una persona suele generar más apoyos que rechazos, y el peronismo todo podría de alguna manera salir fortalecido si es que acierta en cómo organizarse. Porque para ganarle verdaderamente a Cristina lo que debían hacer sus enemigos era derrotarla en las urnas. Forzar la imposibilidad de que participe es otra cosa, que en nada se parece a una victoria. Allí está Lula en Brasil, luego de pasar por un trance similar. Los hechos están en pleno desarrollo, y es temprano para aventurar conclusiones. En todo caso, puede afirmarse con bastante claridad que ayer nadie ganó. Y que nuestra amada Argentina ha retrocedido varios casilleros en esta democracia cada vez menos respetada.
El Esquiú.com