jueves, 29 mayo, 2025

Tecnopoética de los árboles, de Giovanni Feruglio

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Click. Deslizo el dedo sobre la pantalla. Dibujo el patrón de desbloqueo. Abro la app. Abro el libro. Comienza la lectura de mis ojos, y comienza también esa otra lectura de códigos QR. No tan solo puedo leer, sino ver y escuchar el mundo que me propone Tecnopoética de los árboles del Giova. El Giova es Giovanni Feruglio o, también, Héctor Ariel Feruglio quien nos ofrece este doble artefacto: un libro de poemas con códigos que nos llevan a imágenes, videos y audios que se conectan con otros textos virtuales a través de una aplicación. Eso sí: todos hablan de los árboles.

Este “híbrido” libro que juega a competir y complementarse con el celular, pero que al fin y al cabo juega y eso lo agradecemos, es como un sauce mirándose al arroyo: es decir es el poeta/adulto mirando al poeta/niño. Es la familia, sus historias, sus viajes imaginarios y reales de la Europa devastada a las tierras vírgenes de Anquincila, Balcozna; son sus enfermedades y sus alegrías, sus sabores y, principalmente, sus memorias.

Memoria que se gestó, como este libro, en los jardines de la casa paterna, en el barrio de las 1000 viviendas, junto a una madre amante de las plantas y un padre amante de los libros. Y tenemos aquí un poeta que presta atención a la inquietud vegetal para rememorar lecturas, vivencias, historias y leyendas que guardan los árboles, y que, cuando escuchamos con atención, nos llegan a la siesta para hacernos dormir, en las tardes junto a abuelos y tíos, para enseñarnos a mirar el paisaje, en la noche, alrededor del fuego con hermanos, primos y amigos, para entender, aunque sea un poquito, la vida.

Quien puede ver, visualizar, que en la robustez del tronco del palo borracho se encuentra el miedo de la sed y que en sus algodones los recuerdos de una infancia ya aprende a interrogar a los árboles; o imaginar que en sus raíces, esas que explotaban las veredas y los pisos, venían de un mundo anterior o quizá de abajo, de muy abajo. Ese niño está mirando el mundo con los ojos de la poesía. En todas estas imágenes la verdad se presenta como una aparente quietud, para los adultos desprevenidos, pero no para el niño que quiere beberse el mundo. Aquí es donde el poeta, ya el adulto, observa que su poesía está hecha de la misma sed que la del palo borracho, una que contiene, sostiene y alimenta al niño que fue y al adulto que reflexiona.

Algodones de la infancia

agua que habita los cuerpos

tempestades florecidas

que desatan los recuerdos

sombra antigua del yuchán

creadora de universos

protégenos de la sed

con agua para estos versos

Un adulto/poeta que reflexiona no solamente la idea de poesía sino también de la historia de nuestras caminatas. ¿Quién no ha transcurrido por la calle Prado, Salta o Almagro y sintió la presencia de los naranjos? Y aquí hay una historia: la de la España andaluza, la arábiga y la norteña.

Una quietud de veredas,

azahares de lejanías

florece el naranjo amargo

presagio de las sequías.

Los caminantes ausentes

pisan gajos amarillos

con un lamento andaluz

abarrotado de brillos.

Son tus manzanas doradas

un lamento de mezquita

un ruego por las lloviznas

que reza su vidalita.

Esos naranjos, que agrios pero imponentes soles, adornan las veredas, perfuman la primavera que se viene, también guardan la memoria de la sed, la necesidad del agua y su cuidado.

Otro árbol, dado por la familiaridad, por la cercanía, a veces visto con precisión, otras veces con descuido -claramente por la proximidad- es el algarrobo. En palabras de Luis Franco, el gran árbol indio. Aquí me permito una conexión con Celia Sarquís, otra gran poeta que nos dio en versos: algunos árboles no entregan sus flores. /Las atesoran debajo de la corteza /para que una mañana cualquiera /te despierte el aroma a pétalos /desde la mesa de luz, /las persianas, /la puerta. El Giova al hablarnos del algarrobo, con una atención que es anterior a él mismo, nos dice: “su savia guarda el secreto”. El Algarrobo es el árbol protector, es el árbol curador, es la miel de los hambrientos. Casi, casi que nos dice es la casa del monte. Nuestro poeta completa esta idea con “la memoria de lo vivo no siempre se corresponde con la memoria de las cosas” después de haber vivido sus maderas y sus frutos.

Tecnopoética de los árboles es un objeto de mil ojos, con mil miradas puestas en el pasado, en el objeto libro, en el celular, en las imágenes que nos propone la aplicación, en el poema, pero también en el futuro. Nos hace preguntarnos: ¿Cómo serán los libros? ¿Cómo serán los árboles? ¿Qué memorias se guardarán y qué otras se perderán? No lo sabremos nosotros o sí, quién sabe. Sería bueno que en ese futuro de lo aleatorio podamos crear nuestras primaveras en la estación que fuere, como el palo borracho, floreciendo en otoño. Y por ello mismo, El Guadal Editora, junto con su autor, ofrece este libro de árboles, que es eso, una primavera que ocurre cuando lo abrimos, sin importar el tiempo que sea.

Héctor Ariel Feruglio Ortiz

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Giovanni Feruglio es Héctor Ariel Feruglio Ortiz. Nació en la provincia de Catamarca en 1976. Estudió el Profesorado en Filosofía y Ciencias de la Educación y se doctoró en Ciencias Humanas en la Universidad Nacional de Catamarca. Fue profesor visitante en la Universidad de Padova – Italia. Realizó estudios posdoctorales de Filosofía en la Universidad de Oviedo, España. Es profesor titular de la cátedra de Filosofía de Comunicación en el Departamento de Filosofía de la UNCA. Actualmente se desempeña como Director de Investigación de la FH-UNCA. Ha escrito varios artículos sobre filosofía, tecnología y cultura en revistas nacionales e internacionales. En el año 2023 publicó su primer libro de poesía “Uso poético del diccionario” en El Guadal Editora.

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