El presidente de Bomberos Voluntarios del departamento Valle Viejo, Alfredo Gómez, recordó la tragedia de la localidad de El Rodeo, en el departamento Ambato, donde durante la madrugada del 24 de enero de 2014, un alud llegó al río de la villa turística, cobrándose la vida de 12 personas.
“Recuerdo que íbamos subiendo la cuesta hacia El Rodeo preparando nuestras capas y linternas pensando en que iba a ser un simple rastrillaje. Pero nos encontramos con la devastación de un pueblo, con la mayor muestra de angustia y dolor ante una tragedia. La presencia de Halem Cabur a cargo del cuartel de Tinogasta con una dotación de hombres nos dio el indicio de que no se traba de una simple evacuación».
«A medida que te vas adentrado en el operativo de rescate, las sensaciones van cambiando. Durante las primeras horas las ganas de encontrar a la gente con vida estaban por encima del cansancio físico, por encima de cualquier cosa. Y esto hacía que también uno exigiera a quienes tenía a cargo y trabajáramos a contrareloj. Cada minuto nos ponía en juego nuestras convicciones, nuestra fortaleza ante los que lloraban por una hija perdida o reconocían un cuerpo. Por eso no podíamos comer, ni dormir, ni parar. Pretendíamos organizarnos en turnos pero nadie quería descansar. Siento el orgullo de comandar un grupo humano que ya caída la noche, aun con el cansancio físico extremo de todo un día de remover piedras, barro y cemento, seguían imperturbables».
«Los recuerdos aun te martillan en la cabeza: la primera vez que entramos con los perros de búsqueda a la casa cubierta de lodo hasta la altura del dintel de la puerta y luego se hacía costumbre ese silencio lacerante en el que podías cortar el aire con un cuchillo pese a que unas 30 personas entre rescatistas, defensa civil, policías y bomberos estábamos en el lugar. El silencio se imponía esperando que el perro marcara la señal y nos diera un indicio un nuevo rumbo para continuar buscando y, a la vez, aferrarte a la posibilidad de que bajo esa huella había alguien».
«Después fue la sensación de impotencia cuando empezaron a transcurrir las horas y los resultados no eran los esperados. Los momentos más inentendibles se resumían, primero, en el tour de fotos, de los mirones y curiosos. Después, lo más doloroso: cuando llegaban los familiares de las víctimas y uno debía preguntarles cómo habían sido aquellos últimos minutos antes del alud, para saber por donde había entrado y salido la correntada. Sabíamos que estábamos obligando al familiar a revivir ese momento y uno también lo iba viviendo. Asombrándonos, sin demostrarlo, descubriendo la envergadura del desastre que fue. Analizar que, si el río había podido arrastrar un auto y transformarlo en un bollo de chatarra qué tremendo desenlace podría haber significado para el cuerpo de una persona».
«Después fue la desesperación que nos empezaba a ganar. El desaliento, la usina de rumores. Contra todo eso, el único antídoto fue la capacitación que recibimos de la Academia Nacional de Bomberos y sus profesionales que nos enseñaron sobre rescates y el no bajar los brazos, de no dejar de buscar hasta que apareciera otra señal. No ceder a las presiones de algunos que desesperados y buscando descomprimir la presión de los familiares querían solucionar todo con topadoras dejando atrás el trabajo minucioso y necesario como era el de sacar las enormes piedras y el barro con palas, con nuestras manos para no dañar a quien pudiera estar más abajo. Y así seguimos a pico y pala, a mano partida».
«Aun siento esa sensación de impotencia y dolor cuando aquel padre me explicaba que el cuerpo de su hija no podía estar ahí porque la corriente se lo había arrancado de las manos en otra dirección. Y cómo me miraba a los ojos implícitamente pidiendo que no baje los brazos, que se la encuentre. Todos sentimos esa impotencia. Incluso los que habían perdido todo lo material pero se lamentaban por el vecino o el desconocido que no encontraba a su familia. Todos estábamos de luto».
«También fuimos testigos de la valiosa solidaridad de la gente. Los que veían en nosotros la esperanza, la otra cara de la tragedia. La que advertía que no nos importaba el cansancio, la familia y nuestros horarios, de que repartición e incluso de qué lugar eras. Bomberos de Catamarca, de Córdoba, Santa Fe, la Brigada de Canes de la Federal y tantos otros, todos compartiendo durante varios días colchones tirados en el piso, comiendo apenas pero sin importar en lo más mínimo, porque la mente estaba puesta al servicio de una tarea prioritaria: buscar entre las piedras».
«Ante la peor tragedia que recuerde Catamarca acaecida en los últimos tiempos, desde nuestro cuartel podemos decir que estuvimos allí, que el operativo nos fortaleció como grupo de trabajo. Que nos permitió crecer desde lo profesional y lo humano. Y que, después de aquello, nos dimos cuenta de que estaremos siempre. Porque somos Bomberos Voluntarios».