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Algo en que pensar mientras lavamos los platos
Por Rodrigo L. Ovejero
Un poco quizás por la época, estos días se me ha dado por pensar en los principios, y por mi tendencia a la épica, de ellos he saltado a los grandes principios, y todo ese flujo de pensamientos ha ido decantando, naturalmente, en el recuerdo de mi historia personal con los submarinos. Valga un breve recuerdo de la misma, para anoticiar al lector de otra de esas trampas de la vida que uno debe evitar.
Muchos años atrás me encontraba una tarde en casa de mi buen amigo LC cuando su mamá –una señora encantadora- nos preguntó si queríamos merendar. A nuestra respuesta afirmativa siguió la pregunta de si queríamos un submarino. Mi perplejidad fue total, ignoraba por completo a qué se estaba refiriendo, pero al ver el entusiasmo de su hijo decidí aceptar. Y esa decisión fue un acierto, pero también fue un error.
El submarino que tomé esa tarde fue un inicio demasiado perfecto. Fui feliz, claro, pero lo que no sabía entonces era que esa felicidad sería una carga para el futuro. Por ponerlo en términos grandilocuentes, fue como si un montañista iniciara su periplo por las alturas ascendiendo a la cima del Everest. Es maravilloso, por supuesto, pero todo lo que sigue es descender, ya nunca podrá superarse.
Recuerdo regresar caminando esa noche a mi casa, pensando en que tomaría submarinos toda mi vida, era mi nueva merienda favorita, el futuro se veía brillante con una taza de leche caliente y una barra de chocolate en la mesa cada tarde. Y por un tiempo fue así, pero a pesar de mi convicción inicial, podía sentir como día a día mi entusiasmo disminuía, y comencé de a poco a contemplar opciones que creía desterradas para siempre por la nueva bebida. Al poco tiempo ya había regresado a mi leal mate cocido, y el submarino era una preparación poco menos que exótica, que solo tomaba en casa de LC ¿Cómo había pasado tan rápidamente del amor al olvido?
De vez en cuando me preparo un submarino, y todos, indefectiblemente, me saben a desilusión. Una de estas tardes me voy a aparecer por la casa de LC a la tardecita, como quién no quiere la cosa, a ver si hay pique.
He allí la trampa de la que hablé en el primer párrafo. En la vida es importante tener inicios modestos, incluso un poco accidentados, hasta un fracaso puede ser mejor que el éxito para un primer paso. De lo contrario nuestra historia puede parecerse a la de tantos futbolistas que deslumbran en sus primeros partidos para jamás volver a alcanzar ese nivel en sus carreras, o a la de esos músicos que irrumpen con un éxito y nunca vuelven a pegarla, o a esas personas que se pasan la vida persiguiendo el primer amor. Si el universo nos ha privado del triunfo constante, más nos vale arrancar perdiendo.