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Algo en que pensar mientras lavamos los platos
Por Rodrigo L. Ovejero
Tomé la decisión de escribir acerca de la paciencia hace tres semanas, pero decidí dejar que el tiempo pasara, pues el tema lo ameritaba. No fue un ejercicio sencillo, ya no veía las horas de pensar en ella. Sucede que, en este mundo moderno, frenético y disparatado, cada vez hay menos espacio para los tiempos muertos, son muy pocos los ámbitos en los que todavía podemos ejercitar la paciencia, los turnos en el banco tienen un horario determinado, los amores son urgentes y podemos ver películas en el momento que deseamos. Es natural que en ese proceso se nos vaya atrofiando el músculo de la espera.
Yo suelo llamar a líneas de atención al cliente solo para no perder la práctica de esperar. Estimo que las generaciones venideras desconocerán por completo el concepto de lo no inmediato, y quienes deseen tener un atisbo del mundo anterior podrán reunirse en salas de espera que no conducirán a ningún lugar, llenas de revistas Semanario y Gente, en las cuales, mediante el pago de una módica suma, podrán vivir la experiencia de esperar como solíamos hacerlo en el siglo XX. En dichos lugares estará prohibido mantener conversaciones divertidas y la televisión siempre estará detenida en un noticiero, no habrá manera de hacer trampa y que el tiempo pase más rápido, la única solución será esperar.
Suele decirse que la paciencia es una virtud, aunque en verdad la mayoría de las veces que la practicamos es porque no nos queda otro remedio. Sin embargo, ser paciente otorga frutos en ocasiones, pues muchas veces la anticipación de un evento resulta más satisfactoria que el evento en sí mismo, muchas veces decepcionante en su acaecimiento. Propongo, a modo de conservación de esta capacidad, incluirla entre las disciplinas olímpicas a partir de este momento. Los competidores no tendrán que hacer más que esperar –pacientemente, claro- los cuatro años que separan unos juegos olímpicos de otros –período que se llama olimpíadas- y una vez en el transcurso de la competencia, esperar con más intensidad mientras ella se desarrolla. Así, el ciclo se reiniciará cada cuatro años, y a quienes hayan demostrado más estoicismo para tolerar el paso del tiempo se les prometerá que algún día obtendrán la medalla de oro.
Mi paciencia fue forjada a fuego lento, esperando el 202, colectivo cuyas apariciones a veces resultaban tan espaciadas que en las paradas se celebraban cumpleaños, casamientos y a veces se lloraban defunciones, un poco a la manera de aquel cuento de Cortázar en el que los protagonistas veían transcurrir sus vidas en un embotellamiento. Tengo entendido que hoy, en las ciudades modernas, puede consultarse una aplicación que nos permite saber cuánto tiempo falta para que aparezca el transporte público que aguardamos, eliminando así la incertidumbre de su llegada. Todo en este mundo últimamente parece dirigirse hacia la extinción del arte de esperar. Es por eso que de vez en cuando llego tarde a algunos lugares, gesto noble y sacrificado que algunos confunden con impuntualidad.